El sistema capitalista, que es el modelo económico predominante en la mayoría de los países, incluido el nuestro. Aunque este sistema ha generado avances tecnológicos, crecimiento económico y una gran variedad de productos y servicios, también he comenzado a notar sus fallas y consecuencias negativas, especialmente para los que no tienen acceso a los mismos recursos u oportunidades.
El capitalismo se basa en la idea de la competencia, la propiedad privada y la búsqueda de ganancias. En teoría, esto suena bien: si todos compiten y trabajan duro, el mercado se regula solo y todos pueden salir adelante. Sin embargo, en la práctica no todos empiezan desde el mismo punto. Hay personas que nacen en contextos muy difíciles, sin acceso a educación de calidad, salud o empleo digno, y no importa cuánto se esfuercen, siempre tendrán desventajas frente a quienes nacen con más privilegios.
Además, en el capitalismo muchas veces el dinero importa más que las personas. Las empresas buscan reducir costos aunque eso signifique pagar sueldos bajos, dañar el medio ambiente o explotar recursos naturales sin pensar en el futuro. También se genera un consumo excesivo, donde se valora más lo que uno tiene que lo que uno es, lo cual afecta incluso nuestra salud mental y nuestras relaciones sociales.
Como dijo el sociólogo Zygmunt Bauman: “En el capitalismo moderno, la sociedad de consumidores produce constantemente necesidades artificiales para mantener el ciclo del consumo y el crecimiento económico”. Esta frase me hizo pensar en cómo muchas veces compramos cosas que no necesitamos solo porque el sistema nos hace sentir que debemos tenerlas para ser “alguien”.
Como joven, me preocupa que este sistema nos esté llevando a una sociedad cada vez más individualista, desigual y desconectada. No propongo una solución mágica ni creo que todo esté mal, pero sí pienso que necesitamos reflexionar más sobre cómo mejorar este modelo, hacerlo más justo, solidario y sostenible para todos.

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